Sería injusto decir que la naturaleza ha creado animales más hermosos que otros.La belleza es un concepto totalmente subjetivo. Un tipo de animal nos puede parecer más simpático, más armonioso, más majestuoso, más enternecedor que otro, pero ninguno se merece el término de feo.Amamos y admiramos al gato porque lo encontramos bello, porque nos gusta su carácter particular, su egoísmo incluso. Es su personalidad la que nos atrae. Y está, en su totalidad, es lo que el fotógrafo debe hacer resaltar en su arte. La verdad es que fotografiar a un gato es sencillo; se podría afirmar que el gato domesticado sabe que se le admira y se siente halagado por ello. Frente a una cámara posa, se estira, bosteza, sigue jugando…, pareciendo no habernos visto.
Para captar la belleza de un gato familiar debemos simplemente ser pacientes y seguirle en sus juegos. Enroscado debajo de una silla, cazando debajo de las sábanas de la cama, tratando de seguir el vuelo de una paloma; todas las situaciones son ideales cuando el pequeño felino esta en acción y su atención en alerta. Si no es miedoso y nos tiene confianza entenderá rápidamente que la cámara no es un enemigo y posará gustosamente. Pero si le obligamos a detenerse para fotografiarlo, si lo sorprendemos con el ruido de la cámara, necesitaremos días y días para que vuelva a aceptar acercarse a este instrumento que desconoce. Para no darle miedo debemos dejarle acercarse a la cámara, dejarle olerla. Luego pasearse con ella como si de un objeto usual se tratara y aprovechar un momento de juego por su parte para hacer la foto. Claro está; las primeras se dispararán a bastante distancia. No intente fotografiar sus ojos el primer día. Todo es una cuestión de confianza.
En el caso de los gatos callejeros el problema es totalmente distinto. Es poco probable que nos dejen acercarnos si no les enseñamos a conocernos. Con el tiempo, a cierta distancia, lograremos captar el ritmo de su peculiar modo de vida, una vida dividida entre el miedo y la caza.