La mágica combinación de fuerza individual, agilidad y visión nocturna ha supuesto que los humanos hayan considerado a los felinos animales fascinadores y poderosos y les hayan hecho formar parte de sus mitos y rituales. Desde la más remota antigüedad, los grandes gatos han inspirado a los humanos miedo por su fortaleza y fiereza, pero también admiración por su velocidad, cautela, astucia y capacidad de camuflaje.
El profundo impacto que han ejercido sobre la imaginación humana se observa en el variado mosaico de imágenes antropomórficas, místicas y naturalistas que buen número de civilizaciones antiguas y de pueblos modernos han dedicado a los felinos.
FELINOS SOBRENATURALES
Las creencias sobre los gatos se han agrupado en torno a media docena de felinos: león, leopardo, pantera, tigre, jaguar y gato doméstico (desde el periodo egipcio).
Todos ellos han ocupado un lugar especial en las supersticiones, mitologías, arte y creencias religiosas de todas las culturas desde la prehistoria: «En un mundo sin agricultura ni ciencia, donde las actividades del espíritu y el poder de la hechicería se consideraban algo real, los gatos grandes y pequeños poseían ese aura mágica que los convertía en temidos predadores nocturnos no sólo en el mundo físico, sino también en el reino de lo sobrenatural », explica Nicholas J. Saunders en su obra El culto del gato.
En las sociedades tribales los chamanes se identificaban con los felinos, que no sólo eran los mejores cazadores sino «reyes» de los animales. Así por ejemplo, los chamanes potawatomi norteamericanos creían en una pantera llamada Nampe’shiu que habitaba el tercer estrato del mundo de los muertos y se aparecía a los hombres destinados a ser grandes guerreros. En otros lugares del mundo hay numerosas historias sobre hombres-tigre, hombres-leopardo u hombres-jaguares que dirigían las actividades del mundo espiritual.
Feroces felinos sobrenaturales vagaban también por los mundos del espíritu de muchas tribus suramericanas.
Para «convertirse» en uno de ellos —el jaguar siempre fue un gran favorito en toda la jungla amazónica—, los chamanes tomaban potentes narcóticos que les permitían ver el mundo con ojos de gato cazador y enfrentarse con su poder a las fuerzas de la naturaleza.
La identificación de cazadores, guerreros y chamanes con los leones, los tigres o los jaguares era un modo de adquirir prestigio por asociación. El deseo de identificación con los grandes felinos favoreció el culto al gato y terminó por impregnar el mundo de la realeza. La huella de esa relación se observa en numerosas estatuas esculpidas en piedra, figurillas modeladas en arcilla, mosaicos y frescos, que decoraron muchos monumentos de la arquitectura antigua. Recuérdese el trono del rey Salomón sostenido por dos leones, mientras que en Mesopotamia tres leones inmensos decoraban la sala del trono de Nabucodonosor. En Micenas, al oeste del Egeo, existió una espectacular Puerta del León.
La relación entre gato y rey fue especialmente notable en el México azteca: la ceremonia de coronación de un nuevo rey estaba impregnada de la simbología del jaguar: este ascendía a un trono decorado con pieles de jaguar y se hacía sangre con un hueso del felino. Por su parte, los gobernantes mayas precolombinos se sentaban en tronos esculpidos en forma de jaguar. En la pirámide mexicana de Chichen-Itzá, el «Trono del Jaguar Rojo» reproduce un jaguar de tamaño natural confeccionado con unas setenta placas de jade.
La afinidad en el culto entre gatos y humanos —ya fueran espíritus de chamanes, guardianes de la realeza y de las puertas del inframundo, o adversarios de los héroes— se reflejó profundamente en los símbolos y en la imaginería religiosa y artística. Además de las citadas, fueron muy frecuentes las representaciones de escenas mitológicas de lucha entre héroes y leones. El sumerio Gilgamesh fue reproducido en grandes estatuas de piedra y en sellos luchando contra un león. También lo fue Heracles en la época helenística y su mito asentó con firmeza el vínculo entre la fuerza de los leones y la de los hombres valientes. No es menos destacable el papel de los felinos como celosos guardianes de los intereses humanos.
GUARDIANES DEL TIEMPO Y LA NATURALEZA
En artículos anteriores de El Mundo del Gato se habló de los gatos como guardianes de las cosechas por su eficacia como cazadores de ratones, ratas, pequeñas alimañas y serpientes, así como su deificación en Egipto bajo la figura de Bastet, diosa con cabeza de gato. Su hermana Sekhmet era a su vez diosa con cabeza de león, pero en Egipto eran igualmente notorios los grandes felinos considerados como poderosos guardianes y no precisamente de los graneros: Akeru, el león sobrenatural con dos cabezas, guarda diligentemente el paso al inframundo. Sus poderes protectores se consideraban tan arquetípicos que el arte del siglo XIII le muestra a veces enganchado al carro solar: «Akeru se parece a una esfinge portadora del disco solar en el centro de su cuerpo, con una cabeza mirando a cada lado. Esto nos lleva a la designación secundaria de Akeru como «el león de ayer y de hoy». Así, Akeru se convirtió en un emblema del tiempo», explica Patricia Telesco en su obra Cat Magic.
La influencia cultural del felino protector aparece recogida modernamente en la película La momia, donde el gato blanco de la anticuaria Evelyn Carvahan salva en dos ocasiones a los protagonistas del ataque de la momia.
En la mitología china figuran cinco tigres guardianes que velan por la naturaleza. Un tigre blanco reina sobre la esquina oeste de la creación, uno azul mora en el este, uno negro controla el norte y uno rojo el sur. El quinto tigre es amarillo y mantiene unidos a los otros cuatro como cuidadores de la tierra. También los chinos cuentan con un tigre protector de los malos espíritus, supremo guardián de las sepulturas.
En la tradición nórdica, los grandes gatos protegen y guían a los dioses: el carro de Freya, diosa escandinava del amor y la belleza, era llevado por el cielo por una pareja de gatos gemelos que encarnaban los atributos de la fertilidad y la ferocidad. A Freya se le identificaba a veces con su madre Nerthus, símbolo de la madre tierra.
Ella también conducía su carro sagrado mientras bendecía las cosechas y adornaba la tierra con flores.
En agradecimiento a su benevolencia, los mortales colocaban en los campos de grano vasijas de leche para alimentar a sus gatos. Durante el medioevo, el cristianismo degradó la imagen de Freya, al igual que el de tantas otras deidades antiguas, y la transformó en bruja desterrándola a las cumbres montañosas. Sus felinos se transformaron a su vez en símbolos del mal hasta que fueron rescatados siglos después por mitólogos y folcloristas y recuperaron su antiguo lugar como guardianes de la diosa y corceles de su carro sagrado.
Freya, diosa y corceles de su carro sagrado
Tres bestias fabulosas: Esfinge, Grifo y Quimera Además de haber asociado a los felinos con los individuos más poderosos de las sociedades humanas —chamanes, guerreros, reyes— se les ha representado con frecuencia como criaturas fabulosas.
En la Grecia clásica y helenística abunda la imaginería felina en el arte y la mitología.
Además del mito de Hércules y las asociaciones felinas de Artemisa, cazadora solitaria que dominaba al león y al leopardo, el legado más perdurable y sobrecogedor del empleo griego del simbolismo felino se encuentra en la creación de tres fabulosas bestias antropomórficas: la esfinge, el grifo y la quimera.
La quimera era un monstruo terrible con tres cabezas —león, cabra y dragón—, parte delantera de león, torso de cabra y cuartos traseros de dragón o serpiente. Quimera vivía en lo alto de una montaña en Licia, y Belerofonte la mató con un trozo de metal a lomos de Pegaso, el caballo alado. Tan fantástico fue este ser monstruoso que la palabra quimera ha llegado a significar alucinación de la mente tomada como realidad, o cualquier cosa fabulosa, fuera de lo común.
La esfinge griega era igual que el anterior prototipo egipcio, monstruo con cuerpo de león y cabeza humana. Era una predadora venida de las tinieblas para aterrorizar y devorar a los habitantes de Tebas hasta que Edipo descifró su enigma. Por su asociación con la guerra y la violencia, la esfinge fue tomada por los griegos para decorar el casco de Atenea, diosa guerrera protectora de Atenas. La quimera protegía contra los espíritus y por ello se la representaba frecuentemente en las sepulturas y se le llamaba «protectora del umbral».
Por último, el grifo se asemejaba a la esfinge en muchos aspectos, pero su tarea principal era la de custodiar los regios tesoros de oro de humanos y dioses. Se le representaba en grandes calderos de bronce con cuerpo de león alado y cabeza de águila. Los griegos llamaban a los grifos «los perros de afilados picos» de los dioses Zeus y Hera. Su presencia es muy abundante en los santuarios de las citadas deidades en Olimpia y en la isla de Samos.
Texto: Isabela Herranz.