De hábil y silencioso aliado en Egipto, donde además de ser utilizado para eliminar plagas de roedores y serpientes se le empleaba para pescar y cazar pájaros, se convirtió en la deidad femenina Bastet y, por tanto, en especie consagrada y protegida.
El gato también devino sagrado en la India: se le menciona en textos sánscritos y en las leyendas de la diosa Satsi. Dichos textos, de unos 3.000 años de antigüedad, prueban la domesticación del felino en Asia. En China, bajo la dinastía Han, se convirtió en animal de compañía para las mujeres y posteriormente de los monjes budistas.
Hacia el año 1.000 fue importado al Japón donde fue adoptado por la familia imperial.
Como si fueran exóticas mercancías, los comerciantes fenicios transportaron a Europa gatos egipcios domesticados alrededor del año 900 a. de C. Pero acaso fue Grecia, país que comerciaba continuamente con Egipto, el responsable de introducir a los gatos en el continente. La apreciación que los griegos hicieron del felino se observa en las citas de Aristófanes que habla de un fructífero comercio en el mercado de Atenas. Sus vecinos de Roma no tardaron en sentirse atraídos estéticamente por el elegante felino y los artistas romanos le inmortalizaron en mosaicos (algunos pueden contemplarse en el Museo de Nápoles), así como en esculturas de bronce y mármol, que se conservan actualmente en el Museo Vaticano donde también hay valiosas muestras de la época griega.

No se sabe en qué momento exacto de la historia humana comenzó a ser domesticado
este pequeño felino, pero se
cree que se sintió atraído por los roedores que devastaban las reservas de cereales de los primeros agricultores. El interés mutuo por eliminar las plagas de roedores y su habilidad para cazar pájaros y peces probablemente favoreció la
alianza entre ellos, aunque sus parientes próximos, los grandes felinos, provocaran una gran impresión en los humanos
primitivos y fueran fuente de temor, respeto, emulación y enfrentamiento.
Aunque en Roma devino símbolo de la libertad al convertirse en el atributo de la diosa Diana, emparentada entonces con la egipcia Bastet, la desaparición de los cultos paganos hacia el siglo IV d.C. marcó el fin de la divinidad del gato, que recuperó su papel pedestre de cazador de predadores, sobre todo en las regiones de Europa Central y Europa del Norte donde probablemente llegó con las legiones de Julio César. Pronto devino auxiliar de los monjes que le apreciaron como el mejor guardián de sus cosechas y llegaron incluso a convertirle en el atributo de numerosos santos. Ese estatus privilegiado de auxiliar del hombre -que comparte con el perro y el caballo- lo mantuvo durante siglos gracias a las invasiones de ratas que infestaron Europa. Sin embargo, durante la Alta Edad Media perdió sus privilegios, se convirtió en el agente del diablo y fue perseguido y sacrificado. Hasta el Renacimiento no recuperó la tranquilidad y, siglos después, a principios del siglo XVII, empezó a ocupar un lugar preponderante como animal de compañía de la aristocracia y la alta burguesía, además de modelo para los artistas. En el siglo XVIII, los ingleses se apasionaron con este felino y comenzaron la costumbre de hacer exposiciones. Quedaban lejos los tiempos del cazador carnívoro primigenio que acechaba sigiloso a su presa en junglas y manglares, millones de años antes de que el hombre lo convirtiera en espíritu del trigo.
Texto: Isabela Herranz.