En general suele creerse que los gatos tienen aversión al agua pero que les encantan los peces. ¿Hasta qué punto son ciertas tales creencias? Se ha observado que algunos gatos disfrutan dándose un chapuzón de vez en cuando y que otros nadan para pescar; otros muchos, en cambio, detestan el pescado y les encanta jugar con el agua pero no bañarse…
Hay una propensión muy notoria en los gatos domésticos; me refiero a su intensa afición por el pescado, que parece ser su comida favorita. Y, sin embargo, la naturaleza en ese caso parece haberles dotado con un gusto que sin ayuda no saben cómo satisfacer; y es que de todos los cuadrúpedos, los gatos son los menos predispuestos hacia el agua y, si pueden evitarlo, no se dignarán mojarse ni una pata y mucho menos zambullirse en ese elemento». La anterior descripción se encuentra en la Historia Natural de Selborne (1770), de Gilbert White y pone de manifiesto un hecho —mejor dicho dos— que, al menos en el siglo XVIII, parecían irrefutables: 1) a los gatos les chifla el pescado; 2) los gatos detestan el agua.

Un siglo después, Charles Darwin hacía una observación en una reedición del «The Compleat Angler» sobre el gato de un tal señor Stanley, que en verano solía pescar truchas lanzándose sobre ellas en picado en el agua límpida del molino de Weaford, cerca de Lichfield, cuando el agua había descendido tanto que podían verse los peces. Darwin contaba también que había oído hablar de otros gatos que pescaban en aguas poco profundas pero sin alejarse de la orilla: «Este parece ser un método natural de coger presas, normalmente perdido por la domesticación, aunque todavía retienen un fuerte deleite por los peces», escribía el biólogo.
Las observaciones que anteceden permiten abrir un debate sobre dos aspectos relacionados con los gatos que no están muy esclarecidos y sobre los que hay muchas ideas preconcebidas. Se tiende a creer, por ejemplo, que la mayoría de los gatos huyen del agua, pero parece que la aversión es muy relativa: depende mucho del entorno natural donde se hayan criado y de su experiencia con el agua. En cuanto a su afición por los peces, también hay opiniones para todos los gustos: «Muy raros son los gatos que comen pescado; si bien algunos pescan en aguas poco profundas, a la mayoría no les gusta mojarse, salvo los felinos turcos de Van, que suelen nadar», apunta Andrew Edney en su obra Gatos y otros felinos (1999). Sin duda, una cosa es que los gatos no coman pescado porque no les guste y otra porque tengan que mojarse para conseguirlo… Parece que a la mayoría les gusta el pescado y, en las zonas donde abunda, los gatos de todos los tamaños —desde los gatos monteses hasta los jaguares— «enganchan» presas aunque no siempre les guste nadar para conseguirlo.

Los gatos evolucionaron en países casi desérticos y de climas muy secos y eso pudo influir en cierta aversión al agua por su escaso contacto con ella. Sin embargo, algunos especialistas alegan que los gatos —grandes y pequeños— nativos de zonas cálidas disfrutan con el agua: los tigres, leones, jaguares y ocelotes de las sabanas se chapuzan en riachuelos y charcas, mientras que a los leopardos, linces y pumas de zonas frías no les gusta mojarse. Probablemente eso se debe a los efectos que el agua produce en su pelaje. Aunque es un aislante efectivo del calor y del frío y repele el agua de lluvia, cuando se empapa en exceso el felino puede perder calor corporal hasta el punto de poder congelarse o llegar a la hipotermia.

En cualquier caso, se ha observado que a algunas razas les gusta más el agua que a otras. Los gatos Manx de la Isla de Man y los Angora turcos, por ejemplo, figuran entre aquellos que más agrado parecen sentir por el agua, pero existe sobre todo una raza que se caracteriza porque le encanta nadar, según mencionaba antes Edney. ¡Incluso se acerca nadando hasta el puerto para dar la bienvenida a las barcas pesqueras! Se trata del gato Van turco, que raramente se cría fuera de su Turquía natal. Este gato procede de las montañas que rodean el Lago Van en el Kurdistán turco y hace siglos que fue domesticado en la zona. Probablemente empezó a nadar para huir del calor asfixiante. Carece de la primera capa de pelaje que tienen la mayoría de los gatos y su piel posee una textura como de cachemira que es resistente al agua.
Hay otro gato conocido como el bengalí Mach-Bagral, al que se le denomina «el gato pescador» —aunque también ataca a los patos— porque le gusta pescar en el agua y utiliza sus largas garras como arpones. Al parecer, también le gustan los «bebés». El naturalista C. A. W. Guggisberg registra la historia de un misionero de la Costa de Malabar (Sureste de la India) que aseguraba que, a veces, estos gatos pescadores se llevaban al agua a los recién nacidos para comérselos, pero lo más probable es que se tratara de una leyenda. Este gato Mach- Bagral es un nadador robusto y se encuentra en Nepal, Birmania, sur de China y algunas zonas de la India. En los programas de algunos viajes turísticos incluyen a estos gatos como una atracción más: ponen pececillos en los estanques para que los turistas les vean practicar sus habilidades. Tienen una doble capa de pelaje de modo que cuando se meten en el agua no se calan hasta la piel. En estado salvaje se enfrentan a la extinción por la contaminación de las aguas y la deforestación del Asia tropical.
Cuántas razas de gatos pescadores como estos se habrán extinguido ya o habrán perdido sus habilidades naturales por la domesticación…
PESCAR SIN MOJARSE LAS PATAS…
Al margen de esas razas anteriormente citadas de gatos nadadores, para conseguir peces, la mayoría de los gatos se contentan con quedarse en la orilla o saltar sobre sus presas en aguas poco profundas, según comentaba Darwin.
Por otra parte, hay gatos domésticos que disfrutan nadando si han tenido un contacto temprano con el agua. A los gatos que participan regularmente en competiciones se les acostumbra desde pequeños a bañarse con frecuencia y no parece molestarles tanto como a otros. John R. de Wisconsin cuenta que cuando intentó bañar a su gatita «Scrappy» de varios meses por primera vez, ésta le arañó las manos y, aunque se ha acostumbrado al baño ritual que recibe cada dos meses, no termina de gustarle demasiado. En cambio, sí disfruta jugando con el agua.
En el «New Scientist» número 2.545 (1 abril 2006), algunos amantes de los gatos aportan interesantes observaciones en relación con los aspectos que discutimos.
Mike Follows de Willenhall (West Midlands, UK) comenta que «mientras el gato turco Van apenas se moja cuando se sumerge, la mayoría de los gatos domésticos odian mojarse probablemente porque luego tienen que pasarse horas poniendo en orden su pelaje». Por su parte, un tal Richard comenta que «en una ocasión mi gata se tiró al agua desde mi barca de pesca y nadó unos cien metros, presumiblemente para acercarse a un banco de sardinas. Su estilo natatorio parece una especie de chapoteo. Sólo sale a la superficie para respirar (como hacen las focas). En otra ocasión, estábamos esperando que algún pez picara en una red con cebo que habíamos puesto y ella nadó hasta la red atacando al pez que había picado. Imagino que algunos gatos nadan y a otros no les gustan los peces».
A tenor de lo observado, seguramente Richard tiene razón, al igual que el proverbio medieval (c. 1200 d.C.) según el cual «el gato comería pescado si no tuviera que mojarse las patas».
Texto: Isabela Herranz.